Leer (y III)
Vamos a echarle un poco de imaginación a esto de la lectura. ¿Nunca ha oído
la llamada de un libro? A partir de ahora cuando entre en ese gran palacio de
las letras que es la biblioteca, o en el templo de las palabras, que es
cualquier librería, preste mucha atención. Aunque sólo sea como un juego:
¿Nunca ha oído los gritos de los personajes de los libros? Yo sí. Ellos
me conocen, saben mis preferencias, pero también saben que no discrimino a
nadie, soy un lector sin escrúpulos y todos quieren contarme su historia. Voy
caminando por entre las estanterías distraído
y si de repente miro para un libro, no es casualidad, algo ha llamado mi
atención, son ellos: los personajes de los libros que han decidido salir
de los límites de las páginas. Sí, ellos me provocan, me llaman, necesitan vivir sus historias conmigo. Con los lectores. Los libros perderían su energía y quedarían reducidos a una simple hojarasca
inerte si no los leyéramos. Me decido por uno.
Cuando tengo un libro en la mano, siempre sigo el mismo ritual: La
portada, contraportada, las solapillas. Después
compruebo el número de páginas. Leo la
primera, paso varias hojas, leo unas líneas… Le doy la vuelta como a un
diamante en bruto, sólo queda pulirlo, sólo queda leerlo. Por fin llega el gran momento. Uno de los
momentos más emocionantes, ese instante único que precede a la lectura. “La
promesa de la lectura”, decía Italo Calvino.
Descartes dijo: “Pienso luego existo”. Yo digo: “Leo, luego existo”.
Somos más de dos los que pensamos así.
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