Soy un pecador
Son las
palabras de un argentino. Y añade, “esta es la definición más exacta. Y
no se trata de un modo de hablar o un género literario. Soy un pecador”. Es valiente,
rebelde y radical. Lo demuestra en todas sus acciones, sabiendo que la mayoría
de los que están a su alrededor no les gusta nada su forma de actuar.
Pide a sus
compañeros que dejen de ser tan anacrónicos y rigurosos en algunos asuntos. Él
sabe que el futuro es la juventud, y con sus dogmas inquebrantables, no
tardando demasiado tiempo, la medía de edad de su comunidad oscilará alrededor
de los ochenta años. Y cada vez con menos adeptos.
Se mueve en un
ambiente malévolo, misterioso, retrógrado, enigmático; y sus declaraciones caen
como bolas de fuego incendiando el rancio ambiente de la beata estancia. “Jamás
he sido de derechas”, dice. Es crítico con los suyos por estar obsesionados con
el aborto o los matrimonios gays. “¿Quién soy yo para juzgar a los gays”,
señala. Sí, es él, el Papa. Quiere que la iglesia cambie, por ejemplo, que
aprenda a escuchar, en vez de ir siempre con la condena en la boca. Critica a
los eclesiásticos llamándolos “meros funcionarios” o “fríos analistas de
laboratorios”. Qué habrán pensado los
presbíteros cuando hayan leído las
palabras del Papa: “No se puede hablar de la pobreza sin experimentarla”.
Si yo fuera el
Papa me cuidaría muy bien las espaldas. Hay más de un cuervo sobrevolando el
cielo que no estará dispuesto a que
perturben su arcana paz.
Somos más de
dos los que pensamos así.