lunes, 15 de octubre de 2012

La chicharra (Políticos decadentes)

                                                          


                          Por una vez, y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con un juez. Concretamente con el juez Santiago Pedraz de la Audiencia Nacional que ha archivado la causa que tenía abierta contra los organizadores de la protesta «rodea el Congreso», el 25 de septiembre, justificando la concentración alegando «la convenida decadencia de la clase política». Creo que tampoco hacía falta que lo dijera un juez, porque es la auténtica realidad. Ese es el sentimiento de la mayoría de los ciudadanos con dos dedos de frente. Le ha faltado tiempo a todos los «politiquillos» que tenemos (de todos los colores) para salir en contra de este juez. Quieren seguir viviendo de la sopa boba.                                                                                   
                    Los políticos no son la solución, ellos son el problema. Y no lo dice una ácrata chicharra en un momento de aturdimiento mental. Según la última encuesta del CIS, hace tan sólo unos días, los ciudadanos consideran a los políticos como el tercer problema del país. Supongo que aún hay algún iluminado que cree que ellos nos van a sacar del atolladero en el que nos han metido. En fin... 
Dice Fernando Savater en uno de sus libros: «para que funcione aceptablemente la democracia son mucho mas peligrosos los imbéciles que los malvados. Sobre todo por su abundancia. Y porque hay que escucharlos». Desgraciadamente imbéciles tenemos a unos cuantos. 
              Así son nuestros políticos, uno del PP dijo que: «las leyes son como las mujeres, están para violarlas». Una sola frase con doble delito ¿Elementos así no tendrían que estar encerrados? 
             Somos más de dos los que pensamos así.  

viernes, 12 de octubre de 2012

La chicharra






Con compromiso



                  Me gustan los escritores comprometidos con la realidad social. Los que no se casan con el poder.  Renglones que laten juventud. Porque la buena literatura no envejece. La realidad tampoco. Voz encendida, sinceridad, estilo suelto del escritor que busca comunicarse, dardo encendido, hervidero de palabras en revolución, a través de sus madurados pensamientos. Relatos que hacen que el lector se siente, al fresco de su narración, a reflexionar sobre el propio vivir y ser. Si hay pesimismo hay que contarlo, desengaño, crítica agraz hacia el mundo que nos rodea, ya político, ya social. Por eso, para eso, están los escritores –filósofos- para ofrecer trochas meditadas, caminos con candil, cuchillos de beso. Cuentos que cuentan dudas existenciales, eterna duda unamuniana. Donde hay un cántaro de dudas, muy cerca está la libertad. Historias comprometidas. El pulso y el pálpito de quienes viven la interioridad social, rutinaria, diseñada por otros, suele ser el blanco, la diana de una mirada crítica y consecuente. Hacer sentir lo que hay y lo que se ignora. Lo que envidia el rico en el pobre, en una población mediatizada en la ignorancia, el dolor y la obediencia. Un diario de hechos, dolor, melancolía y reflejo;  con ironía y suavidad de lo sórdido. Los protagonistas observan, miran y dejan mirar. Relatos que tocan la fibra del lector. No es una bravuconada, sino el filtro que puede atenuar el atontamiento senil de una sociedad petrificada en la que los golfos (políticos y  sus correveidiles) campan  a sus anchas.
             Somos más de dos los que pensamos así.