Corrupción
Oímos la
palabra corrupción igual que si oyéramos llover. Nos hemos acostumbrado a ella
peligrosamente. Cada día desayunamos con un
nuevo caso de corrupción que tapa al anterior. Casos que enseguida olvidamos
por la novedad del siguiente. No nos da tiempo a asimilar tanta inmundicia.
Yo era,
ignorante de mí, de los que pensaba que la mayoría de los políticos en el poder
eran honrados, que solamente eran cuatro sinvergüenzas los corruptos que
emborronaban el inmaculado panorama político. Pero me he dado cuenta, tarde,
que la mayoría, sí, la mayoría de los políticos en el poder son corruptos. Otros
no necesitan ser infectos, porque se asignan unos sueldos imposibles para
cualquier ciudadano normal. Por eso les cuesta tanto trabajo abandonar el cargo,
prefieren seguir criando próstata en el cómodo sillón del poder. A las pruebas me remito. De una u otra manera
han metido la mano en las arcas.
El poder casi
siempre ha sido corrupto, pero últimamente está llegando a unos niveles
insoportables para nuestra capacidad de aguante. Ya hay quien piensa que esto
está a punto de explotar, ¿dónde está la mecha? Aún así, y esto me irrita mucho
más, siempre hay algún baboso que trata de poner paños calientes a esta corruptela.
Intentan justificar estos desmanes con la excusa de que los del otro bando
también lo hacían cuando estaban en el poder. Pues amigo baboso, eso es igual
de censurable.
A cada
político que termina su mandato, se le debería exigir que demuestre su inocencia.
Somos más de
dos los que pensamos así.