viernes, 12 de octubre de 2012

La chicharra






Con compromiso



                  Me gustan los escritores comprometidos con la realidad social. Los que no se casan con el poder.  Renglones que laten juventud. Porque la buena literatura no envejece. La realidad tampoco. Voz encendida, sinceridad, estilo suelto del escritor que busca comunicarse, dardo encendido, hervidero de palabras en revolución, a través de sus madurados pensamientos. Relatos que hacen que el lector se siente, al fresco de su narración, a reflexionar sobre el propio vivir y ser. Si hay pesimismo hay que contarlo, desengaño, crítica agraz hacia el mundo que nos rodea, ya político, ya social. Por eso, para eso, están los escritores –filósofos- para ofrecer trochas meditadas, caminos con candil, cuchillos de beso. Cuentos que cuentan dudas existenciales, eterna duda unamuniana. Donde hay un cántaro de dudas, muy cerca está la libertad. Historias comprometidas. El pulso y el pálpito de quienes viven la interioridad social, rutinaria, diseñada por otros, suele ser el blanco, la diana de una mirada crítica y consecuente. Hacer sentir lo que hay y lo que se ignora. Lo que envidia el rico en el pobre, en una población mediatizada en la ignorancia, el dolor y la obediencia. Un diario de hechos, dolor, melancolía y reflejo;  con ironía y suavidad de lo sórdido. Los protagonistas observan, miran y dejan mirar. Relatos que tocan la fibra del lector. No es una bravuconada, sino el filtro que puede atenuar el atontamiento senil de una sociedad petrificada en la que los golfos (políticos y  sus correveidiles) campan  a sus anchas.
             Somos más de dos los que pensamos así.


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